Que la política no entre en casa

 



Que la política no entre a casa

Vivimos tiempos en los que la política ocupa cada rincón. Redes sociales, almuerzos familiares, grupos de WhatsApp, mates con amigos… cualquier espacio puede convertirse en un campo de batalla ideológico. Es fácil caer en la trampa: responder, discutir, defender una postura con la sensación de que si no lo hacemos, estamos cediendo terreno. Pero, ¿a qué costo?

En nuestra vida cotidiana, los vínculos que verdaderamente nos sostienen —la pareja, los hijos, los amigos, los compañeros de trabajo— no necesitan de más trincheras. Ya tenemos suficientes frentes abiertos como para sumarle un enemigo más en casa.

El hogar como refugio

La casa debería ser un espacio de resguardo, no de conflicto. Un lugar donde, más allá de nuestras ideas, podamos encontrarnos como personas. Donde se escuche más de lo que se discute. Donde no importe si votás a uno u a otro, sino cómo tratás a los demás. La política no puede tener permiso para arruinar un asado, una sobremesa o una charla en el sillón.

Una mirada estoica

El estoicismo, una filosofía práctica que nos enseña a distinguir entre lo que depende de nosotros y lo que no, nos puede ofrecer una brújula en este asunto. ¿Depende de mí que el otro piense como yo? No. ¿Depende de mí cómo reacciono ante lo que el otro dice? Absolutamente sí.

Epicteto decía: “No es lo que nos sucede lo que nos daña, sino nuestra interpretación de ello.” En lugar de indignarnos cada vez que alguien opina distinto, tal vez podamos entrenar la templanza, la tolerancia, incluso el silencio. No como resignación, sino como sabiduría.

¿Vale la pena perder un vínculo por una opinión?

Una idea política puede cambiar. Una relación afectiva, si se daña lo suficiente, tal vez no se recupere. ¿Vale la pena gritarle a tu pareja o dejar de hablarle a un amigo por cómo vota? ¿Tiene sentido trasladar la violencia simbólica de la política a nuestras relaciones íntimas?

No se trata de no hablar de política. Se trata de no dejar que la política tome el control de lo más valioso: nuestras relaciones humanas. Discutamos si queremos, pero con respeto. Con pausa. Sin perder de vista que al otro lado no hay un enemigo, sino una persona que, como nosotros, también busca vivir lo mejor que puede.

Una decisión cotidiana

Cada día podemos elegir qué dejamos entrar en casa. Y cada elección tiene su efecto. Que entre la risa, el diálogo, el afecto, la escucha. Que se quede afuera, aunque sea por un rato, el ruido ensordecedor de una política que muchas veces nos usa más de lo que nos representa.

“La mayor victoria es conquistarse a uno mismo.”

 — Séneca


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