El lado B de la pastilla

 



El lado B de la pastilla: reflexiones sobre el abuso de ansiolíticos

En el mundo actual, donde el malestar se patologiza con velocidad quirúrgica, los ansiolíticos se han convertido en los protagonistas silenciosos de muchas historias personales. Clonazepam, alprazolam, diazepam… nombres que suenan con naturalidad en sobremesas familiares, en redes sociales, en consultas médicas exprés.

Y es que, usados correctamente, pueden ser un verdadero “santo remedio”. Cuando una persona está atrapada en una espiral de ansiedad incapacitante, un ansiolítico bien indicado puede ser una tabla de salvación. No es menor el alivio que produce dormir tras días de insomnio o poder enfrentar una situación social sin sentir que el corazón va a estallar.

Pero el riesgo no está solo en la dosis, sino en el vínculo que se establece con el fármaco. Porque ahí donde el alivio es inmediato, el aprendizaje es rápido. Desde la teoría del condicionamiento operante de B.F. Skinner, entendemos que muchas conductas se sostienen por sus consecuencias. En este caso, el ansiolítico opera como refuerzo negativo: elimina o reduce un estímulo aversivo (la ansiedad), por lo tanto aumenta la probabilidad de que la persona repita la conducta de tomarlo.

El circuito es simple: siento ansiedad → tomo la pastilla → la ansiedad desaparece. Resultado: aprendo que “la solución” está en el medicamento. Y, como todo refuerzo negativo, el aprendizaje no necesita muchas repeticiones para consolidarse.

El problema se agrava cuando los ansiolíticos dejan de ser una herramienta puntual para atravesar una crisis, y se transforman en la única estrategia para lidiar con el malestar. Lo que empieza como un recurso, puede terminar en una dependencia funcional y subjetiva, muchas veces validada socialmente. De hecho, pocas adicciones están tan naturalizadas como el consumo crónico de benzodiacepinas.

El discurso médico a veces refuerza esto, con prescripciones sin seguimiento, sin propuestas psicoterapéuticas paralelas, sin mirar lo que hay detrás de la ansiedad. Porque detrás de la ansiedad, hay historia. Y si el único abordaje es farmacológico, corremos el riesgo de silenciar síntomas que tienen sentido, que comunican algo.

No se trata de demonizar los psicofármacos, ni de caer en posturas románticas de "sanar sin medicinas". Se trata de pensar críticamente su uso, de sostenerlos en un marco de acompañamiento, de indicar su retiro con cuidado y supervisión, y de entender que no hay fármaco que reemplace el trabajo subjetivo que cada uno debe (y puede) hacer.

Al final, ninguna pastilla enseña a vivir.


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