¡Sapere aude!
Contra el fanatismo: pensar por uno mismo en tiempos de dogmas
Vivimos en un tiempo de consignas rápidas, respuestas cerradas y discursos que no admiten fisuras. En medio del ruido, el fanatismo gana terreno. Se nos ofrece la comodidad de no tener que pensar, de adoptar un sistema de creencias que nos ahorre el esfuerzo del discernimiento. Pero, ¿a qué precio?
Immanuel Kant, en su célebre texto ¿Qué es la Ilustración?, definía la Ilustración como la salida del ser humano de su “minoría de edad”, entendida como la incapacidad de servirse de su entendimiento sin la guía de otro. “¡Sapere aude!”, nos exhortaba Kant: “atrévete a pensar por ti mismo”. Para el filósofo prusiano, el fanatismo, el dogmatismo y toda forma de tutela intelectual eran formas de sometimiento. Renunciar a pensar es renunciar a la libertad.
Siglos después, Edgar Morin nos advierte desde otro lugar, pero con la misma preocupación. En Introducción al pensamiento complejo, propone abandonar la lógica simplista que fragmenta el conocimiento y reduce la realidad a esquemas binarios: blanco o negro, verdadero o falso, bueno o malo. El pensamiento complejo, nos dice, exige reconocer la incertidumbre, aceptar las paradojas y sostener la duda como un acto ético. En ese marco, el fanatismo aparece como una forma de simplificación extrema, una negación del mundo tal como es: ambiguo, cambiante, entramado.
Ambos pensadores —aunque distantes en tiempo y enfoque— nos invitan a una misma tarea: resistir el adoctrinamiento, sostener la autonomía del juicio, no delegar el pensamiento propio. El fanático no escucha; repite. No dialoga; impone. No busca comprender; necesita tener razón. En su rigidez, el fanático teme lo complejo, teme la pregunta, teme la ambigüedad.
Pensar por uno mismo no es fácil. Implica incomodidad, contradicciones, errores. Pero también es el único camino hacia una verdadera emancipación intelectual. Hoy más que nunca, cuando las redes sociales y los algoritmos nos encierran en burbujas de reafirmación, cultivar una actitud crítica se vuelve un acto profundamente político.
No se trata de caer en el relativismo ni de vivir en la indecisión eterna. Se trata, como sugiere Morin, de aprender a habitar la complejidad. Y como planteaba Kant, de tener el coraje de usar la propia razón sin el bastón de las doctrinas prefabricadas.
En definitiva, se trata de no dejarse adoctrinar por nadie. Ni por los partidos, ni por los líderes, ni por los discursos que prometen certezas absolutas. Porque en el fondo, toda forma de fanatismo no es más que una renuncia anticipada a la libertad de pensar.
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