Dar por hechas ciertas cosas

 



Dar por hechas ciertas cosas

Una de las trampas más comunes de la mente humana es la habituación. A lo bueno también nos acostumbramos. Y rápido. Tener agua potable, luz, gas, internet... todo eso que debería ser un derecho, en la vida cotidiana muchas veces se convierte en parte del paisaje. No lo notamos, salvo cuando falta. Lo damos por hecho.

Esto no ocurre solo con lo material. También pasa con el cuerpo y los vínculos. La salud, por ejemplo. No suele ser un tema central hasta que algo se rompe. Hasta que aparece el dolor, el insomnio, una dificultad para respirar o moverse. Ahí tomamos conciencia, como si el cuerpo de pronto se hiciera presente. Lo mismo con la salud mental: solemos darnos cuenta de lo importante que es recién cuando se desregula, cuando el malestar se vuelve insoportable.

Y qué decir de los afectos. Tener a alguien que nos quiera —sin condiciones, sin cálculo— puede parecer algo natural, incluso obvio. Pero no lo es. Las relaciones humanas requieren tiempo, cuidado, presencia emocional. Y, sin embargo, muchas veces se nos escapa ese valor. Hasta que se rompe. Hasta que falta.

Desde la psicología sabemos que la gratitud, como ejercicio consciente, tiene un impacto real en nuestro bienestar. No porque sea un gesto naïf, sino porque implica una mirada lúcida: reconocer que nada está garantizado, que todo lo que tenemos podría no estar, y sin embargo hoy está. Y eso —lo que sea que hoy esté— merece al menos un momento de registro.

Quizás no se trate de andar por la vida temiendo perderlo todo, pero sí de vivir con más conciencia de lo que sí hay. Porque hay días en los que abrir una canilla y que salga agua caliente no es poca cosa. Y sentir que alguien te quiere tampoco.


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