Consideraciones sobre el fanatismo

 



Fanatismo ideológico: cuando la creencia deja de ser pensamiento

Estamos atravesando una época en la que las ideas dejaron de discutirse para empezar a defenderse como trincheras. Política, género, religión, vacunas, fútbol: todo parece terreno fértil para el fanatismo. No hablamos de convicciones profundas ni de pasión intelectual, sino de esa forma de pensar cerrada donde ya no se busca entender, sino vencer.

El fanatismo ideológico se caracteriza por una adhesión rígida a una idea o grupo, al punto de que cualquier diferencia se vive como amenaza. El otro ya no es un interlocutor, sino un enemigo. Y eso convierte a la ideología en algo muy parecido a una identidad.

Desde la psicología, entendemos que el fanatismo suele estar sostenido por necesidades emocionales no resueltas:

Necesidad de pertenencia

Búsqueda de certeza en un mundo incierto

Deseo de superioridad moral

Miedo al conflicto interno que produce la ambigüedad

El pensamiento fanático no tolera la duda. Porque donde hay duda, hay espacio para cambiar. Y donde hay cambio, hay pérdida de seguridad.

 Por eso, ante la incomodidad de pensar, se responde con slogans, etiquetas, sarcasmo o cancelación. Más que argumentar, se responde con violencia simbólica.

 Y en ese proceso, la persona deja de pensar para empezar a repetir.

No hay ideología inmune al fanatismo. Se puede ser fanático desde la derecha o desde la izquierda, desde lo religioso o lo secular, desde el progresismo o el conservadurismo. Lo que los une no es lo que piensan, sino cómo piensan.

Lo contrario del fanatismo no es el relativismo, sino el pensamiento crítico. Ese que se permite revisar, dudar, incluso cambiar. Pensar implica convivir con la incomodidad de no tener siempre razón.

 Pero también es la única manera de no convertirnos en prisioneros de nuestras propias ideas.

Termino con una definición de fanatismo y mi más sincero augurio de que nunca te pase: El fanatismo es la renuncia anticipada a la libertad de pensar. 


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