Separarse de quien uno ama

 Separarse de quien uno ama: una clínica del desprendimiento amoroso

 Por Lic. Bruno Casiello

Separarse de una pareja amada no es solo un hecho biográfico. Es, muchas veces, una fractura subjetiva, una reorganización del yo en relación a un otro que ya no estará donde estaba. En la clínica, lo vemos como duelo, como desgarro, como acto ético. Separarse de alguien a quien todavía se ama, cuando el amor no alcanza, implica habitar una paradoja que pocas veces puede resolverse con palabras claras.

Amar y separarse no son procesos necesariamente opuestos. La ruptura puede ser, en ciertos casos, el último acto de amor posible. Winnicott (1965) hablaba de la capacidad de estar solo en presencia del otro como condición para la salud emocional. Pero ¿qué pasa cuando ya no podemos estar bien ni solos ni acompañados? Cuando la presencia del otro se vuelve insostenible, aun si su ausencia duele profundamente.

En esos casos, la decisión de separarse no emerge como un impulso repentino, sino como un proceso lento y doloroso de reconocimiento de lo que ya no puede ser. Es lo que Green (1983) llamó "el trabajo de lo negativo": ese trabajo psíquico necesario para renunciar, elaborar, perder. Porque separarse no es solo un acto conductual; es, sobre todo, un trabajo psíquico. El sujeto debe reelaborar sus investiduras libidinales, redirigirlas, y reconstituirse sin el soporte amoroso que le daba forma a su narcisismo cotidiano.

Desde una mirada más contemporánea, Butler (2006) señala que toda pérdida pone en crisis la propia identidad. No es que perdemos al otro, sino que perdemos una parte de nosotros que vivía en esa relación. Es por eso que el dolor no es solo nostalgia: es desorientación, vértigo, desamparo.

Y sin embargo, hay algo en el duelo amoroso que puede volverse fértil. No de inmediato. No como consuelo. Pero sí como posibilidad de reencuentro con uno mismo. Freud (1917), en "Duelo y melancolía", describe cómo el yo, al perder un objeto amado, “devora” partes de ese objeto, lo incorpora. Algo de eso se queda en nosotros. Algo de lo vivido se vuelve parte de quien seremos después.

En la clínica, acompañamos ese tránsito. No para cerrar el duelo rápido ni para tapar el dolor, sino para ponerle palabras. Para que el sujeto pueda narrar su pérdida y, en esa narración, recuperar una voz propia. A veces, la separación de alguien amado es el comienzo de un nuevo tipo de vínculo con uno mismo. Uno más realista. Más amable. Menos dependiente.

Separarse de quien uno ama no es una derrota. Es un acto complejo, humano, que merece ser comprendido más allá de los juicios morales o los mandatos románticos. Es doloroso, sí. Pero también puede ser —si se elabora— un punto de inflexión hacia una vida más auténtica.


Referencias:

Butler, J. (2006). Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Paidós.

Freud, S. (1917). Duelo y melancolía, en Obras completas, Tomo XIV. Amorrortu.

Green, A. (1983). El trabajo de lo negativo. Amorrortu.

Winnicott, D. W. (1965). La capacidad para estar solo, en Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Paidós.


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