Qué pasa si dejamos de decir “cornudo” y empezamos a decir “traicionado”?
¿Qué pasa si dejamos de decir “cornudo” y empezamos a decir “traicionado”?
Durante generaciones, al que fue engañado en una relación se lo tildó de cornudo. Como si el dolor real fuera menos importante que la burla. Como si la infidelidad fuera una cuestión de estatus, de orgullo herido, de masculinidad disminuida. Pero no. Lo que hay detrás de ese chiste repetido hasta el hartazgo no es más que una traición.
Porque el que fue engañado no es un personaje de comedia. Es alguien que confió. Que apostó. Que creyó. Y que fue traicionado.
La palabra cornudo no solo deshumaniza: ridiculiza al herido. Lo ubica en un lugar de vergüenza que no le corresponde. Lo convierte en el blanco de las bromas, cuando en realidad es quien sufrió un quiebre profundo en el pacto más íntimo que puede haber: el del amor y la confianza.
Entonces, ¿qué pasa si empezamos a cambiar las palabras?
¿Qué pasa si dejamos de reírnos del que fue engañado y empezamos a señalar la traición por lo que es?
¿Qué pasa si le damos dignidad al dolor en lugar de esconderlo detrás de una etiqueta absurda?
Tal vez, lo que pase es que empecemos a sanar. A entender que ser traicionado no te hace débil, ni ingenuo, ni tonto. Te hace humano.
Y tal vez también empecemos a ver que la verdadera vergüenza no la lleva quien confió… sino quien rompió la confianza.
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