La mentira en la pareja
Reflexiones sobre la verdad en la pareja
Durante cuatro años se prometieron decirse siempre la verdad. Un pacto simple, quizás ingenuo, pero profundamente humano. Confiar. Confiar tanto como para pensar que el otro no tendría necesidad de mentir. Que el amor, la complicidad y el tiempo compartido serían suficiente refugio para no esconderse.
Pero un día ella mintió. No fue una traición monumental, ni una doble vida. Fue una mentira pequeña en apariencia, pero enorme por lo que representaba. Un desliz, una omisión, una defensa. Y entonces, como un temblor que no destruye pero sí resquebraja, apareció la pregunta inevitable: ¿se puede perdonar una mentira?
Perdonar no es olvidar, ni hacer de cuenta que no pasó. Perdonar es mirar de frente lo que dolió, lo que se rompió, y decidir —con conciencia— qué hacer con eso. En el amor, perdonar una mentira puede significar muchas cosas. Puede ser reconocer que nadie es perfecto. Que incluso quien más nos ama puede tener miedo. Miedo a herirnos, a perder lo que construimos, a no estar a la altura de nuestras propias promesas.
Pero también es cierto que toda mentira, por más mínima que sea, erosiona algo esencial: la confianza. Esa fibra delicada que no se compra ni se impone. Se gana, se cultiva. Y cuando se quiebra, no siempre se recompone.
Entonces, ¿se puede perdonar una mentira? Sí. Pero el perdón no borra el hecho, ni garantiza que todo volverá a ser igual. Lo que sí permite es abrir un nuevo capítulo. Uno más realista, quizás menos idealizado, pero también más humano. Donde las promesas no se apoyen solo en la perfección, sino en la honestidad incluso cuando cuesta.
Perdonar no es resignarse, es elegir seguir. Con los ojos abiertos. Con el corazón un poco más curtido. Con la esperanza de que, a pesar de todo, vale la pena.
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