Izquierdistas y derechistas. ¿Podemos convivir?
¿Podemos convivir gente de izquierda y de derecha?
Sí, claro que podemos. Y más aún: debemos convivir. La pluralidad ideológica es parte del tejido natural de una sociedad madura. No todos ven el mundo del mismo modo, y eso no solo es inevitable, sino también enriquecedor. Las ideas políticas son, en gran parte, la expresión de valores, historias personales, diagnósticos sociales y visiones de futuro. No hay nada de malo en eso.
La pregunta que habría que hacernos no es si se puede convivir entre personas de izquierda y derecha, sino en qué condiciones esa convivencia es posible.
Y ahí aparece la clave: lo que no se puede es convivir con la mala fe.
No hay diálogo posible cuando la intención no es entender ni hacerse entender, sino imponer. Cuando se debate desde la deshonestidad, la chicana, la distorsión deliberada, el señalamiento moral constante, o el uso de etiquetas como mecanismo de clausura de sentido (“sos un facho”, “sos un zurdo de mierda”, “sos un gorila”, etc.). Ese tipo de intervención no enriquece, sino que empobrece el debate público.
El problema no es ser de izquierda o de derecha: el problema es militar la tergiversación, operar con cinismo, y despreciar al que piensa distinto.
Pongo ejemplos concretos: personajes como Diego Brancatelli o Fran Fijap no molestan por sus ideas. Molestan por su modo. Por su modo de no escuchar, de interrumpir, de infantilizar al otro, de agredir mientras reclaman respeto, de pararse desde una supuesta superioridad moral que clausura cualquier discusión. Es el típico doble estándar: se escandalizan por los modos del otro, pero justifican todo cuando lo hacen “los suyos”.
La política es conflicto, sí. Pero también puede ser conversación, tensión creativa, búsqueda de puntos comunes. Para eso, hace falta honestidad, capacidad de escucha, y una mínima disposición a revisar los propios prejuicios. No todo desacuerdo es violencia, y no toda crítica es persecución.
La mala fe —la militancia de la posverdad, el panfleto disfrazado de reflexión, la provocación vacía— no es una ideología: es un método. Y ahí está el problema. Podemos convivir con quien no piense como nosotros, pero no con quien elige sistemáticamente no pensar, solo repetir eslóganes.
No hace falta pensar igual. Hace falta pensar con honestidad. Con eso, la convivencia es más que posible: es deseable.
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