Crianza respetuosa o dictadura del bebé: ¿quién manda en casa?



En los últimos años, la crianza respetuosa se convirtió en una bandera difícil de cuestionar. Y tiene sentido: venimos de modelos autoritarios, donde se obedecía por miedo y el afecto estaba condicionado al buen comportamiento. Hacía falta revisar ese paradigma. Pero en ese péndulo histórico, parece que a veces nos pasamos de largo.

El riesgo hoy no es el grito, sino la abdicación. Niños que reinan sin oposición, padres que piden permiso para poner un límite, adultos que temen frustrar a sus hijos “para no traumatizarlos”. Lo que antes era exceso de rigor, hoy se parece a un exceso de permisividad.

La frase “His Majestic the Baby” no la inventó un provocador de redes sociales: es de Sigmund Freud, que en su texto “Introducción al narcisismo” (1914) describía así la fantasía omnipotente del infante. El bebé se experimenta como el centro del universo, y en parte está bien que así sea: en los primeros meses, necesita ser absolutamente prioritario. Pero el problema empieza cuando ese modelo nunca se corrige, y la familia entera gira, años después, en torno a ese niño devenido monarca.

La crianza respetuosa, bien entendida, no tiene nada que ver con eso. Autores como Rosa Jové o Daniel Siegel insisten en la importancia del vínculo, la regulación emocional y el apego seguro. Pero ninguno plantea que el niño deba decidirlo todo. Respetar no es someterse. Validar una emoción no es cumplir un deseo. Amar a un hijo no es transformarse en su asistente personal de tiempo completo.

Poner límites no es traicionar el vínculo. Es construirlo. Es demostrar que el adulto sabe qué hace, que puede sostener incluso el enojo del niño sin romperse ni desmoronarse. Es enseñar que el mundo no siempre se adapta a uno, y que eso también está bien.

¿De qué sirve criar niños que nunca lloran si, cuando crezcan, no van a tolerar un “no” del jefe, una ruptura amorosa o una espera en la fila del banco?

La pregunta no es si criar con respeto es bueno. Lo es. El punto es no confundir respeto con complacencia, ni amor con renuncia. Porque cuando los padres dejan de ejercer su rol por miedo a causar frustración, el que termina perdiendo es el niño.


Fuentes:

Freud, S. (1914). Introducción al narcisismo. Obras Completas, Tomo XIV.

Siegel, D. J., & Bryson, T. P. (2011). The Whole-Brain Child. Bantam Books.

Jové, R. (2006). La crianza feliz. La Esfera de los Libros.

Filliozat, I. (2012). Tengo un volcán. Ed. Kahani.

Juul, J. (2002). Tu hijo, tu espejo. Ed. Herder.


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