¿Cada vez hay menos gente gamba? La lenta extinción de la empatía en un mundo individualista
¿Cada vez hay menos gente gamba? La lenta extinción de la empatía en un mundo individualista
En la jerga cotidiana, ser “gamba” es sinónimo de estar, de bancar, de acompañar incluso cuando no hay nada que ganar. Es decir presente cuando nadie más lo hace. Pero en estos tiempos modernos, donde el culto al yo parece haberse institucionalizado, uno no puede evitar preguntarse: ¿cada vez hay menos gente gamba?
Vivimos en una época que glorifica la autonomía, la autosuficiencia, el "hacé la tuya". Y no está mal cuidarse, poner límites o buscar el bienestar propio. Pero hay una línea delgada entre eso y volverse impermeables al dolor, las necesidades o incluso los pequeños pedidos de los demás.
Hoy un amigo pide un favor —nada descomunal, apenas un gesto— y lo primero que muchos hacen es medir la ecuación costo-beneficio. ¿Me conviene? ¿Me saca tiempo? ¿Qué gano yo con esto? El impulso genuino de ayudar, de estar simplemente porque el otro lo necesita, se vuelve un recurso escaso. Raro. Casi romántico.
Este fenómeno no es casual. Se alimenta de un sistema que premia el rendimiento individual, que nos empuja a competir antes que a colaborar, y que nos convence de que el otro —cualquier otro— es un obstáculo antes que una oportunidad de encuentro. En ese escenario, la empatía pierde terreno. No desaparece, pero se replega. Se esconde.
Ser gamba, en cambio, es un acto de resistencia. Es elegir estar aunque no toque, aunque no sea cómodo, aunque no devuelva rédito. Es decirle al otro: “no estás solo”, incluso cuando la lógica del mundo invita a mirar para otro lado. Es un gesto político, emocional y humano a la vez.
¿Estamos a tiempo de recuperar eso? Tal vez sí. Pero requiere incomodarse un poco. Animarse a dar una mano sin esperar devolución, a volver a mirar al otro con ojos de hermano y no de competidor. A recordar que ser buena gente no es un signo de ingenuidad, sino de coraje.
Quizás, si empezamos por ser gambas con quienes queremos, con quienes confiamos, y un poco más allá también, estemos empezando a dar vuelta la tendencia. Porque en un mundo cada vez más frío, cada gesto cálido vale doble.
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